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Publicado en francés en Futur Antérieur, nº 11, 1992
Nunca como hoy la relación media-espectador ha
estado tan demonizada, y no hace más que empeorar. Es más, se ha querido
dar del mensaje mediático la imagen de una ráfaga de metralleta
incrustrándose en el espectador- blanco miserable de un poder
omnipresente- y aniquilándole. Este moralismo obtuso y deprimente ha
cobrado el porte de un ritual, más en particular para una izquierda
incapaz ya de análisis y propuestas positivas y que continúa acantonada
en inútiles lamentaciones. Se nos representa una vida cotidiana dominada
por el monstruo mediático como una escena poblada de fantasmas, de
zombis prisioneros de un destino de pasividad, de frustraciones e
impotencias. Esta demonización no es la única componente de la relación
media-público-vida cotidiana. La "ciencia de la comunicación" le es un
buen soporte. Porque, en efecto, la comunicación es abatida
permanentemente sobre la información, y los media se conciben como
funciones lineales que prolongan en la sociedad mensajes de una eficacia
completamente pavloviana. Como ocurre ya en la lingüística, en las
ciencias de la comunicación (o más bien en las "sedicentes" ciencias de
la comunicación), hoy el lenguaje es disecado y su subjetividad
evacuada. Todo lo que es ético, político, poético, interactivo, no
inmediatamente discursivo, en la relación media/público (tal y como lo
es ya en la relación sujeto/lenguaje), es eliminado. En esta reducción
científica (¡si se la puede llamar así!) se apoyan las concepciones
terroristas de los media, las lamentaciones de los moralistas y sobre
todo una visión reificada e intransitiva de la vida política que se
traduce en: "¡no hay nada que hacer! ¡Imposible escapar a esta
esclavitud!" Aquí se confirma la sacralidad del poder, en toda esta
nueva modernidad. La izquierda no propone más que la teoría de la
manipulación y siente lástima por los desgraciados espectadores a los
que se reduce a receptores pasivos. Desde luego, no es nuestra intención
negar los efectos regresivos que provoca en sus usuarios el mundo
actual de los media. No somos insensibles a la degradación del gusto y
del saber colectivo, tampoco a la colonización de los universos de lo
vivido. Además, nos parece absolutamente evidente que la máquina
mediática actual en absoluto produce esos efectos inocentemente. En el
sistema de poder actual produce conscientemente códigos infectados y
epidémicos, destinados a impedir y cortocircuitar los mecanismos de
producción simbólica. Selección estratégica e instrumental de los
contenidos informáticos, inversión sistemática de los sentidos y los
valores, reducción extrema de la información a mercancía, y de la
comunicación a la enalidad y la futilidad: ¡adelante, con alegría! Pero,
una vez reconocido todo esto, ¿es verdad entonces la teoría de la
manipulación, podemos seguir sosteniéndola? ¿Siguen de actualidad el
catastrofismo y las invocaciones líricas a liberarse de la dominación de
los media productores de mercancías de las últimas críticas de la
Escuela de Frankfurt? No, el ser humano no es unidimensional, y es
preciso rechazar resueltamente las concepciones de las que hemos hablado
hasta ahora, y que la izquierda moralizante y pesimista ha hecho suyas.
En primer lugar, porque son falsas, y a continuación porque producen
como resultado impotencia ética y derrotismo político. Son falsas, pues.
No es este el lugar para retomar las largas discusiones, siempre
interesantes por otra parte, que han acompañado al desarrollo de las
ciencias lingüísticas y la superación de un estructuralismo mecánico y
mezquino que han operado. Basta traer a la memoria cómo de Bajtín a
Hjelmslev, de Benjamin a Deleuze, por no citar más que a algunos autores
esenciales, fue reparada la grave distorsión objetivista y funcional
que había sufrido la lingüística, al menos en parte. Por tanto, si hoy
es posible empezar a hablar de nuevo de las ciencias de la comunicación,
lo es sobre la base de un teoría que reintroduce dimensiones
ontológicas y subjetivistas, elementos autopoiéticos y creativos en la
descripción de los agenciamientos colectivos que se constituyen en el
tejido mediático y comunicativo. La operatividad colectiva,
ético-política, emotiva y creativa que actúa en el mundo de la
comunicación es un elemento irreductible, una resistencia que se abre a
otros caminos: está esencialmente en la base de nuevas constituciones de
los sujetos y nuevas interrelaciones que no dejan de producirse. El
conjunto "maquínico" de la comunicación mediática es un mundo de
transformación y constitución, como el resto de los mundos "maquínicos"
en los que se ve inserta la vida del ser humano. Marx había mostrado
cómo la acumulación capitalista, al transformar progresivamente al ser
humano, es decir, al trabajador, desarrolla al máximo su productividad,
haciendo de esta una fuerza productiva capaz de autovalorizarse y por
tanto de ser una fuerza revolucionaria. Mediante la acumulación de la
comunicación, la consciencia del ser humano se transforma y se vuelve
apta para un reconocimiento colectivo de esa ampliación de las
posibilidades de saber y de las capacidades de transformación que, sólo
ellas, pueden asegurarle más libertad. Entonces, aquí estamos en el
corazón del problema, es decir, que hay que considerar el mundo de la
comunicación como el lugar en el que las grandes fuerzas sociales del
saber y la comunicación se colocan como las únicas fuerzas productivas.
El trabajo colectivo de la humanidad toma consistencia en la
comunicación y el paradigma comunicativo se identifica poco a poco, pero
con una evidencia cada vez mayor, con el del trabajo social, con el de
la productividad social. La comunicación se vuelve la forma en la que se
organiza el mundo de la vida con toda su riqueza. La nueva subjetividad
se constituye en el interior de este contexto de máquinas y trabajo, de
instrumentos cognitivos y autoconsciencia poiética, de nuevo medio
ambiente y nueva cooperación. El trabajo humano de producción de una
nueva subjetividad cobra toda su consistencia en el horizonte virtual
que abren cada vez más las tecnologías de la comunicación. Nos es
preciso volver una vez más al análisis y la crítica marxianas del
trabajo para encontrar en este proceso el mecanismo de la explotación y
las razones de la revolución. Volvemos en el caso presente: es decir, en
el estadio en el que, de ahora en adelante, la comunicación nos aparece
como la máquina que domina a toda la sociedad, pero en cuyo interior la
cooperación de las consciencias y las prácticas individuales alcanza su
nivel de productividad más elevado- productividad del sujeto,
cooperación de los sujetos, producción de un nuevo horizonte de riquezas
y al mismo tiempo de liberación. En el seno mismo de este trabajo
comunicativo, las resistencias últimas de un mundo capitalista
reificado, apresado en las determinaciones fetichistas del horizonte de
la mercancía, se debilitan: la realidad, la naturaleza, la sociedad se
ven apresadas en la consistencia del flujo de los acontecimientos;
entonces la actividad comunicativa de la fuerza de trabajo, de las
consciencias comunicantes, de los sujetos cooperantes se vuelve capaz de
poner en acción, radicalmente, la transformación social, sin otro
límite que la finitud de nuestro deseo. Una finitud que tiene como único
obstáculo lo infinito de la tarea. Entramos en una era posmediática. La
segunda crítica que podemos hacer a las teorías de la comunicación que
hoy nos ofrece el poder se apoya en esta constatación. A partir de ahí
podemos desmistificar la perspectiva de una esclavitud política
ineluctable (y de la prosecución de la explotación del trabajo). Es
decir, conscientemente, que el triunfo del paradigma comunicativo y la
consolidación del horizonte mediático, por su virtualidad, su
productividad, la extensión de sus efectos, lejos de determinar un mundo
apresado en la necesidad y la reificación, abren espacios de lucha por
la transformación social y la democracia radical. Es preciso llevar el
combate al interior de este nuevo campo. Combate para reducir a todos
los elementos y los agentes que repiten, en el nuevo modo de producción
de la subjetividad, las viejas normas, los códigos y los paradigmas
miserables del antiguo arte de reinar: lucha de reapropiación de los
media y de todas las articulaciones de la comunicación. Las
destrucciones que hay que operar en este campo son innumerables: ¿cómo
destruir el sistema privado y/o estatal, el monopolio capitalista de la
comunicación? ¿Cómo anular la intervención de los profesionales de la
comunicación y de todo el sistema de códigos de poder que vehiculan?
¿Cómo minar el terreno en el que descansa ese centro de producción de
los aparatos ideológicos? Pero si las destrucciones que hay que operar
son amplias y arduas, mucho más importantes aún y más acaparantes son
las operaciones positivas que hay que pensar. Se trata de imaginar y
construir un sistema colectivo de comunicación en el que estarían
excluidos lo privado y lo estatal. Se trata de construir un sistema de
comunicación público basado en la interrelación activa y cooperante de
los sujetos. Se trata de unir comunicación/producción/vida social en
formas de proximidad y cooperación cada vez más intensas. En fin, se
trata de contemplar una democracia radical tanto en la sociedad como en
la producción, que ha de cobrar forma en las condiciones del horizonte
posmediático.
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